viernes, 7 de octubre de 2011

No, un recital no es “sólo un recital” para mí. Para mí un recital conlleva a ver en vivo en un estadio/teatro al artista (o artistas) que uno admira. 
Es un proceso que va desde la emoción que surge al enterarse de un tour y que tu país esté incluido en éste, hasta semanas después de la gran noche del esperado concierto. 
Es el estar pendiente de ver cuándo salen a la venta las entradas, es sentir ese nerviosismo durante la compra de que no haya en el lugar que uno quiere, es sentir esa gran satisfacción al saber que ya está, la compra esta hecha. 
Es esperar con ansias sobrenaturales a tener ese papelito que es el pase a la felicidad y, cuando la entrada está en nuestra mano, decir “la puta madre, ¡voy al concierto!”; porque ahora ya es oficial, la entrada está en tus manos, vas o vas al concierto. Nos tomamos un tiempito para admirar ese papelito rectangular, ese papelito que cuidamos de todo y de todos. 
Ya empezamos a contar el tiempo que falta para el gran día y que, generalmente, lo contamos en días. Porque uno busca autoconvencerse de que sólo faltan días, no meses, ¡días! Y esa emoción hace que le rompamos las bolas a todo ser viviente con el tema concierto, hasta al pez y al perro le hablamos sobre eso. Pero es que… ¡faltan días! Ponemos nuestra imaginación a full pensando en qué pasará, qué canciones podremos escuchar, o… ¿lo/s podremos tocar?, ¿nos notará/n? Sueños locos, tan locos que sería loco que se hicieran realidad; pero no importa, es lindo sentir que eso podría llegar a pasar. 
Y cada vez es menos tiempo el que falta… Los días parecen eternos pero, cuando menos nos damos cuenta, faltan sólo semanas, una semana, ¡días! (y sí, ahora, realmente, faltan días). Ahora toda la emoción y todas las ansias se multiplican por mil; no hay manera de pararnos. 
Ya a un día del concierto, no podemos más. Venimos contando cuántos días faltan desde que eran ochentaypico (o más) y ahora es uno, un día, 24 horas. Sentimos nervios, queremos que el concierto sea ya, queremos vivir eso por lo que hemos estado esperando por tanto tiempo. De una, no dormimos esa noche o, si lo hacemos, es durante unas horas entrecortadas. 
Y ya el día del concierto, la noche del concierto, más emocionados no podemos estar. Toda esa cantidad de gente que va llegando al estadio/teatro está ahí por la misma razón que nosotros. Una figura aparece en el escenario y el corazón nos late a mil mientras que, automáticamente, una sonrisa se nos forma en el rostro. Cantamos esas canciones tan sabidas y, entre gritos y luces de las cámaras y demás objetos luminosos, se nos pasa el concierto. Y se nos pasa rapidísimo. Escuchamos que comienza esa canción, esa que, sabemos, es la última canción y chau; pero no queremos pensar en eso, tratamos de disfrutar mucho más esos minutos que quedan… 
Ya no hay nadie en el escenario, los reflectores ya están apagados. Oficialmente ha terminado el concierto. Y nos quedamos ahí, observando cómo la multitud empieza a irse, cómo empiezan a guardar los instrumentos, cómo otros hacen lo mismo que nosotros: observar. Apenas ha terminado y ya estamos nostálgicos, pero también estamos demasiado felices. 
Salimos en modo automático, estamos en una especie de shock. Pero la puta madre, el concierto fue asombroso, eso no nos cansamos de decirlo. Y lo repetimos los días posteriores al recital. 
Pero la depresión post-concierto nos está pegando fuerte. Vemos videos, vemos fotos, y nos acordamos. Deseamos ahora más que nunca tener una máquina del tiempo para revivir todo de nuevo, realmente queremos hacerlo. Queremos, pero sabemos que no podemos. Nos deprime saber que ya pasó, que ya no tenemos nada que esperar y volver locos a los demás, pero nos alegra saber que nosotros estuvimos ahí, entre todos esos locos gritones viendo a ese músico o a esa banda que tanto nos gusta, esa/s persona/s que nos trae un poquitito de alegría a nuestra vida con su música. 
… Y esperaremos hasta el próximo anuncio de fechas del tour, para vivir todo nuevamente. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario